miércoles, 27 de enero de 2010

Sucedió en un bosque..

Sucedió en un bosque..

Stairway to heaven..

Desde hacia mucho tiempo tenía la sensación de que había muchas cosas que se escapaban a su mirada. Sabía que normalmente todos tendemos a observar nuestro entorno en su aspecto global, prescindiendo de lo obvio, lo más cercano, lo inmediato. Como suele suceder, los árboles no le dejaban ver el bosque.

Durante años lo único que había visto del paisaje eran las piedras del camino.

Ahora, con algunos años más encima, aprendió a caminar más lentamente, a disfrutar de lo que le rodeaba sin la carga de aquellas pesadas mochilas.
Aprendió a mirar el paisaje y llegó a adquirir unas ciertas habilidades de observación, llamaba a los elementos de la Naturaleza por su nombre y respetaba cada ser que la componía, nada le era ajeno, minerales, fósiles, árboles, plantas y animales, fuesen pequeños o grandes, precisamente todo aquello que antes le había pasado inadvertido, al fin se había dado cuenta que el placer residía en andar el camino y no en buscar el final del mismo.
Así que los recorrió de nuevo todos, y todos ellos le parecieron distintos. Cuanto veía era nuevo para él, otra concepción de lo que le rodeaba se abría ante sus ojos.

Estaba asombrado de su nueva percepción de las cosas, con su mirada cuadriculaba el paisaje y se recreaba en cada una de sus parcelas, parcelas de realidad que siempre estuvieron ahí y que por mirar sin ver le habían pasado hasta ese momento inadvertidas.

Aprendió a integrarse en el entorno. Se sentaba quieto, inmóvil, en cualquier recodo. Al principio no veía nada, pasado el tiempo, tras un periodo difícil de precisar, comenzaba a ver…, por unos momentos se fundía con el paisaje.
Pero aún tenía la sensación de que había algo más, hasta aquel día no supo que era.

Tal vez en los distintos estadios de la evolución del ser humano, aquello que sucedió fuese parecido al cúlmen, fuera lo que fuese, superó con creces su mayor expectativa.

Caminaba entre un bosque de hayas, cerca de la Peña Blanca, el bosque autóctono vegetal se alternaba con abundantes ejemplares de acebos y tejos. La luz se filtraba jugando con sus reflejos sobre las amarillentas hojas a los que parecía pintar de de luces, brillos y sombras. El suelo se había cubierto a base de otoños de una densa capa de hojas secas, haciendo inestable el terreno. La inclinación hacía que el esfuerzo fuese considerable. Jadeante se sentó sobre el mullido suelo y apoyó su espalda al abrigo de un tronco caído. Respiraba agitadamente, pero poco a poco su ritmo vital se fue acompasando al del entorno que le envolvía.

Tras unos minutos, inmóvil, observó como un raitán buscaba comida en el suelo del bosque, entre las hojas que había pisado, finalmente voló al árbol donde él se apoyaba, a muy escasa distancia de su cabeza, y antes de que se diese cuenta, desapareció.

Descansó su mirada sobre un retorcido tejo que tenía enfrente, a pocos pasos. Diferente al resto, destacaba entre sus compañeros de bosque, tal vez por su edad. Acarició con su vista las ramas, sus peculiares hojas, y ya estaba bajando por el tronco cuando algo llamó su atención, creyó ver algo, algo que nunca antes había visto, era como los dibujos que se esconden en esos gráficos hechos con puntos de colores que solo logras ver si los miras de una manera especial.
Fue algo mágico, fuera de su control.

Estaba siendo testigo de como la savia fluía a través de aquel vetusto gigante. Quedó como hipnotizado ante lo que en un primer momento creyó que era una proeza de su imaginación. La visión fue fugaz, y tras desaparecer aquella imagen, el oscuro tronco del árbol volvió a cobrar forma ante sus ojos.

Con las últimas horas del día, los árboles tomaban tonos rojizos en la parte alta del monte, era el preludio del crepúsculo, tras el cual la oscuridad lo invadió todo. El familiar zumbido de los insectos cesó.

Mi amigo continuaba inmóvil. A través del follaje vislumbró las primeras estrellas, en aquel aparente silencio perdió la noción del tiempo y fueron únicamente los ruidos del bosque los que le devolvieron a la ”realidad”, a la percepción más cercana.

¿Que fue aquello?, Creía haber adquirido mucha práctica en ver lo que él llamaba “ la realidad ”, Pero algo así excedía incluso al mejor de sus sueños.

Escuchó a sus pies el ruido de un ratón de campo al moverse entre la hojarasca y a lo lejos oía el ulular de algunas aves nocturnas.

En aquella oscura soledad, tal vez cualquier otra persona albergase miedo, pero él no se sentía intimidado ante aquel mundo de sombras, de tener que definir su estado de ánimo, la palabra sería paz, tranquilidad, aunque no por eso dejaba de tener la sensación de ser un observador observado, sensación que ya tuvo al entrar en el bosque.

Sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra y ya lograba ver claramente la silueta de los árboles cercanos. En su estado de abstracción no era consciente del tiempo transcurrido, lo que por otra parte no le preocupaba en absoluto.

Poco a poco una débil luz llamó su atención, pensó que su imaginación de nuevo le estaba traicionando, así que cerro sus ojos durante unos segundos. Cuando los abrió, todo seguía igual, no era un sueño. En todo lo que alcanzaba su vista un sinfín de luminosos filamentos ascendía por cada uno de aquellos árboles como una irreal fosforescencia. La savia fluía. La vida se desarrollaba, a otro rítmo, en silencio, con demora. Una extensa red de capilares distribuía aquella vida líquida, incluso el tronco sobre el que estaba apoyado tenia débiles hilos brillantes.
Ante aquel milagro, ante aquel espectáculo grandioso, sintió lástima de estar solo, de no poder compartirlo con alguien, ¿quien podría creerle?.

Avanzaba la noche, la luna creciente con su pálida luz permitía ver mejor los contornos de los árboles cercanos.
Al no haber ya total oscuridad la intensidad del fenómeno perdió su tenue brillo y conforme la luna trepaba al zenit, aquella visión desapareció.
Se quedo pensando y llegó a la conclusión de que el bosque no era únicamente un conjunto de árboles aislados, sino un único y enorme ser vivo.

No pudo valorar lo sucedido como intranscendente. Dicen que en la vida de las personas hay algunos hechos que condicionan la forma de ser o de actuar en el futuro. Sin duda aquello fue un claro ejemplo.

A veces lo encuentro con su máquina fotográfica por alguno de esos perdidos caminos, en los altos de Yernes, bajo un árbol, en el cauce de un río, en un recodo. Con sus largos silencios intuyo que me quiere contar algo, supongo que considera su secreto como una pesada carga. Algún día sabrá que lo que vio es solo el principio, ¡ hay más!, Pero cada uno debe de recorrer su propio camino en el conocimiento. Nada es imposible si el que mira lo hace con los ojos del alma.

El sol se ponía cuando cansados, nos acomodamos bajo aquel castaño hueco de Coalla. Al fondo, tras los helechos, cerca de donde meses antes estuvimos filmando unas libélulas, los avellanos envolvían al río las Varas.
La noche incipiente prometía ser para mi amigo, os lo puedo asegurar, una revelación de lo más interesante, esta noche, por fin, tendría un testigo.

El que ésto escribe tenía una gran imaginación, pero a veces necesita que las cosas sucedan realmente, me apoyaba en la confianza de que la mayoría de las ocasiones la realidad supera con creces a la ficción..

Ardilla en contraluz

Recuperado de mi agenda de notas, debió de suceder sobre 1996..

6 comentarios:

jorapavi dijo...

Es un placer leer esta historia que me trae gratos recuerdos de ciertos momentos, que para algunos nos resulta difíciles de expresar con palabras, saludos

Leodegundia dijo...

Magníficas las fotos y muy bueno el relato. Da gusto pasar por tu blog.
Un saludo

Marisa dijo...

Preciosa narración, me hizo volver otra vez a recordar los sitios que recorrí cuando niña; es más volví a ser parte de ellos.
Saludos.

Leodegundia dijo...

Pasé por aquí varias veces y veo que no publicas nada nuevo, espero que regreses pronto.
Un saludo

sebi_2569 dijo...

nice photo;and nice blog; bravo

Monchu Calvo dijo...

Son relatos, Luis, que me conmueven, tienes un don especial para, siendo didáctico, no resultar aburrido. Un placer pararse de vez en cuando, a sumergirnos en tu mundo.